«La noche más oscura» de Kathryn Bigelow

«Dignificar el horror»

NocheOscuraSeré breve, al contrario que la película que nos ocupa, que si bien tiene en su pasaje central su momento más farragoso, no se eterniza ni desespera al espectador. Los tiempos cambian y el cine bélico o thriller político americano se recubre de una patina de “veracidad” y crudeza poco habitual en este tipo de productos. Lejos parecen ya las propuestas más maniqueístas de las dos últimas décadas del siglo pasado. Ahora los trapos sucios son expuestos sin aparentes tapujos. Pero, atención, bajo ese tono documental, la exaltación patriótica y el sacrificio personal (más bien obsesión enfermiza en esta película) por el bien común siguen muy presentes. Los tiempos cambian, pero no tanto.

Bigelow nos sirve un coctel bien removido, donde todos los ingredientes encajan a la perfección a nivel cinematográfico. Otra cosa es ya la intención moral de los creadores de dicho coctel y la digestión que provocará en el espectador. Los tiempos cambian, again, si bien los engendros bélicos ochenteros tenían en su mayoría la simple intención de entretener, ahora parece que el entretenimiento ha de reportar algo más. La etiqueta “basada en hechos reales” es la nueva panacea hollywoodense (le gana por goleada al timo, en la mayoría de ocasiones, del 3D). Vamos a entretenernos, sí, pero llevémonos a casa algo más, algo más importante que si no “parece que he tirado el dinero”. Las reflexiones, como los planes sociales, son mucho más sanas y divertidas cuando se improvisan sin previo planeamiento.

Técnicamente la película es impecable e impresionante, sobretodo en el tan cacareado asalto final a la residencia donde se oculta Bin laden. No se asusten, el tono documental, la excesiva jerga técnica y el ir de aquí para allá de la protagonista puede echar para atrás en un primer momento y puede estar a punto de sacar al espectador de la trama en más de una ocasión. Pero, aunque la mona se vista de seda, la película no deja de ser una película de espionaje con bastante ritmo y con sus esporádicos estallidos dramáticos y violentos. Y del carro tira una mula tozuda encarnada con firmeza por Jessica Chastain, que compone una agente de la CIA tan odiosa como frágil (miedo da). Y cuando el foide que habla estaba a punto de salirse de la película (y un poco de sus casillas) con tanta reunión express de diálogos densos y frases que casi sin decir nada quieren decirlo todo, la película da un giro, no de 180 grados, pero casi. Es entonces cuando empieza su parte más convencional y a la vez más entretenida y trepidante (si lo comparamos con el resto del metraje) que culmina en el susodicho asalto final.

Hay que agradecer que la película, a parte del modernizado exaltamiento de la patria conla-noche-mas-oscura-poster sus “mea culpa” (bastante lights) incluidos, deja cierto margen para que cada uno saque sus conclusiones. Se podría decir que la película no reflexiona sino que invita a la reflexión, eso sí, si hacemos un ejercicio de objetividad y obviamos que el punto de vista se centra solamente en la parte americana. ¿Para cuando una película sobe el “otro lado”?

¿Catarsis necesaria? ¿propaganda? ¿o tan solo otro intento de dignificar el horror? Tal vez un poco de todo eso. Agarrándonos a ese margen antes citado, que cada uno escoja.

Peligrosa arma la cultura, cuando se utiliza para mostrar la verdad, para hacer pensar, para analizar, no lo que ha pasado sino lo que está pasando. Sobretodo cuando viene de “ciertas altas instancias”. Esta es mi reflexión sin conclusión alguna.

Aprovecho para recomendar otros artefactos que tienen como eje central el terrorismo musulmán:

–       The green zone: crítica bienintencionada sobre la farsa en la que se convirtió la búsqueda de armas de destrucción masiva en Bagdad durante su ocupación por tropas estadounidenses.

–       No habrá paz para los malvados: o muestra de que aquí se puede hacer thriller frío y crudo (con toques del estilo documental tan de boga actualmente) sobre hechos actuales. Aunque su tono frío, casi ausente de dramatismo, y esquemático se convierte en su peor enemigo.

Bien, no he sido tan breve como pretendía en un principio. Pero a estas alturas ya deben estar acostumbrados a las falsas promesas.


Epílogo

Curiosa evolución la de Bigelow, de musa del cine de acción estilizado de los 90 a narradora de “las verdades” de uno de los conflictos bélicos más mediatizados de la historia reciente de su país. De su anterior etapa, mucho más ligera y disfrutable sin prejuicios, destacaríamos foidemente tres títulos:

Los_viajeros_de_la_noche-469630958-large–       Los viajeros de la noche: de recuerdo entrañable para los amantes del género fantástico. Hay que reconocer, por más que pese, que el tiempo no la ha tratado bien, Pero siempre merece la pena, por su conseguida atmósfera y por las actuaciones de Lance Henriksen (el ciborg de Aliens) y Bill Paxton (el meteorólogo de Twister), solo por este último ya valdría la pena el vistazo.

–       Le llaman Bodhi: poco elaborada trama policíaca convertida en epopeya criminal-surfista en la que el mayor aliciente era el planteamiento y ejecución de las escenas de acción. Entretenimiento puro y duro. También destacaba el carisma (o la ausencia de él, según la crítica más rígida) de sus protagonistas. Que quieren que les diga, pero se puede encontrar química, incluso física no practicada, entre Keanu Reeves y el fallecido Patrick Swayze. Este último nos dejó, tal vez, su mejor interpretación.

–       Días extraños: su película de acción más ambiciosa y pretenciosa, por que no decirlo. Irregular y de final precipitado pero más que interesante por las interpretaciones de Ralph Fiennes (el nazi de La Lista de Shindler), Juliette Lewis (la niña de El cabo del  miedo), Angela Basset (la Tina Turner de Tina) y Michael Wincott (el malo de El Cuervo), uno de los villanos más infravalorados de la década de los 90. Se avanzó a su tiempo, al dotar a casi todo el metraje de una desasosegadora atmósfera de “fin de la sociedad moderna tal y como la conocemos”, que tan de boga está actualmente (en la ficción y, tristemente, también en la realidad).

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“El Dictador” de Sacha Baron Cohen

“El Dictador” de Sacha Baron Cohen
“Caca, culo, pedo, please”

“Correcta” sátira política y social. Simple, directa y rebosante del mal gusto tan del gusto del consumidor actual.

Y vamos a parar a lo de siempre, la película no asombra ni epata y todo tiene un regusto a ya visto y oído. Baron Cohen picotea de ahí y de allá (como todo el mundo). Un poco de los Monty Python, un poco de Benny Hill, un poco de Woody Allen, un poco de los hermanos Farrelly, incluso mete mano a los clásicos intocables, sí, hablo de referentes tan dignos como los hermanos Marx, Chaplin o Buster Keaton.
Pero al que más foidemente recuerda es a Mel Brooks, ese gran olvidado de la comedia rancia americana, precursor del humor desequilibrado («tonalmente” hablando), capaz de combinar en una misma película gags de una intelectualidad sublime con chistes comparables a pedorretas de parvulario (pero de una eficacia cómica implacable, por mucho que nos pese).

Eso sí, Cohen supera a su maestro y parece aferrarse a su etapa anal con dientes y uñas. En algunos momentos hace que el tal Mel parezca un catedrático del humor sutil. Un excesivo uso del caca-culo-pedo-pis podría ser su talón de Aquiles pero es un mal menor que se compensa con unos 15 minutos iniciales arrolladores donde se concentra lo mejor de su repertorio (¡absténgase de ver el tráiler si aún no lo han hecho!). El desarrollo central es más soso y queda lastrado por una acomodación demasiado estricta a la comedia romántica redentora al uso, para volver a lanzar pegotes pringosos a diestro y siniestro en la recta final.

Baron Cohen parece moverse como pez en el agua en la incorrección políticamente correcta que destila la comedia norteamericana de la última década. Con cierto estilo propio, congratula su mala leche sin los coitos interruptus que esgrimen los alumnos precoces “Farrellianos” y congratula aún más que no deje títere con cabeza. El Dictador no es solo una crítica política a Occidente y Oriente sino una mirada nada complaciente (una más, recuerden Borat) a las bajezas y miserias del ser urbano ordinario. Y como en Borat, se utiliza a un personaje extremo de nacionalidad inventada, un ser que no tiene cabida en las sociedad bienpensante occidental, para hacernos tragar la amarga píldora. Repitan una y otra vez “son los demás, los de fuera. Esos son los patéticos, los que se equivocan, los que obran mal y los que lo estropean todo”, repítanlo como un mantra, repítanlo con cara de niño enfadado mientras se miran fijamente al espejo.

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«Carmina o revienta» de Paco León

Carmina o revienta
“Máma, eres una artista”

Hace unos días el representante de CC. OO. hacía un curioso comentario refiriéndose a los últimos recortes perpetrados por el gobierno de nuestro país “¿qué quieren? que la gente no pueda ir ni al cine” decía. Curioso, porque a un líder sindicalista le tendría que preocupar más la situación de los ciudadanos en su trabajo que lo que hacen en su tiempo libre. Curioso que este comentario venga de un personaje político y no de un miembro de la industria del cine, al menos de la cara visible de la industria, a la cual parece no haberle importado durante mucho tiempo la situación económica de los ciudadanos si tenemos en cuenta el precio de una entrada de cine, y no digamos ya de las palomitas, pero de eso ya foidaremos otro día.

Partiendo de la base que el cine no es un producto de primera necesidad y que antes de preocuparse en mirar que hay en la cartelera los ciudadanos deben preocuparse (y mucho, a tenor de la que nos ha caído encima) por que se respeten sus derechos básicos, hablemos sobre Carmina.

Tanto el personaje principal como la misma película son un producto de nuestra sociedad. Ambas parecen estar condenadas a buscarse la vida como puedan. Carmina, trapicheando para sacar a su bar de la ruina total y la película buscando cauces para que el espectador tenga acceso a ella de una manera más barata de lo habitual. Está claro que la popular cara de Paco León ha ayudado sobremanera en la promoción, pero hay que aplaudir su atrevimiento al regatear a la ofendida industria y hacer patente que otras maneras de hacer cine también funcionan, que otras maneras de hacer llegar el producto al público son posibles y también dan dinerillo (¡por que no!) y que el orden de los factores cine/internet/dvd no altera el producto. En definitiva, que la evolución siempre es positiva y el lamerse las heridas auto inflingidas una y otra vez, una y otra vez y una y otra vez, pues eso, cansa.

Chistes escatológicos aparte, la película no tiene ni puta gracia. Entiéndame, esto no es Aída (con todos los respetos) donde personajes marginales cuentas chistes en situaciones sórdido-cómicas. Esto es una película sobre personajes marginales que no cuentan chistes sino que actúan como son en situaciones sórdido-trágicas y que de vez, o tal vez mucho, en cuando hacen reír con su patetismo casi digerido. La película no hurga ni escarba en la basura, por lo que la sonrisa no se queda congelada en ningún momento con pensamientos puritanos del tipo “madre mía, de lo que me estoy riendo”. Ofrece un retrato breve y rápido que deja intuir lo que hay debajo para el que le guste elucubrar sobre el pasado y el posible futuro de Carmina y compañía.

Carmina o revienta es una suerte de telediario (mucho más divertido e inocuo, eso sí), te deja esa sensación de estómago lleno,  de que mal esta el mundo y de que mal lo pasa la gente, pero una vez acabado tu única preocupación es recoger la mesa o buscar una buena posición para dormir la siesta. No deja un poso amargo ni creo que lo pretenda, no tiene aspiraciones de “película social”, etiqueta temible y que suele ocultar panfletos mejor o peor intencionados, sino un simple retrato de personajes, pocos y bien escogidos. No es una película novedosa, pero Paco León se arriesga unas cuantas veces manteniendo un plano fijo, o casi fijo, de dos personajes hablando de todo y nada en concreto. No es una película simpática pero no cae nada de mal. Y, cosa importante, no abusa de los guiños al espectador y  los dosifica bien ¡Albricias!

Opera prima irregular, cuyos desniveles pueden pasar más desapercibidos debido a su escueto metraje, pero que mantiene el tipo incluso dejando de lado la polémica suscitada por aspectos ajenos a la película en sí. Con una no-actriz principal que rebosa carisma y que es capaz de aguantar cualquier escena que le echen encima. Qué director no querría contar con una bestia escénica así. Y si este país no se avergonzara de la las segundas y terceras partes habría que hacer más cosas con este personaje, en cine, en internet, en dvd y donde haga falta. Aunque eso, afortunadamente, ya depende de sus autores, por que eso es lo que esta película: cine de autor para bien y para mal.

Y échenle un oído a la banda sonora de Pony Bravo.

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«Los Idus de Marzo» de George Clooney

Los Idus de marzo
“¿Tú también, George?”

Otra película sobre la perdida de la inocencia en los  ambientes pantanosos de las campañas políticas. Clooney se adentra en el fango pringoso del cinismo y la falta de ética que deja a su paso el ascenso al poder político. Pero el engrudo no acaba de cuajar. El planteamiento, el guión, el ritmo y la puesta en escena son casi impecables. Pero, curiosamente, el conjunto completo no emociona. Todo se ve desde una distancia cómoda sin que se llegue a empatizar demasiado con ninguno de los personajes. Al menos esto es lo que le pasó al foide que escribe estas líneas.

Sobria y oscura, con planos muy estéticos cargados de intención, sobretodo en el tramo final. Se intuye, mucho y bien, a donde quiere llegar la película. Empezando por su título, que hace referencia a la fecha en que Julio Cesar fue asesinado, pero una excesiva carga de solemnidad hace que lo que nos explique no sorprenda ni impacte demasiado. Clooney quiere hacer una critica despiadada sin despeinarse. Pero, si bien la crítica es demoledora a ratos, el querer adscribirse a un estilo demasiado formal y la falta de desarrollo de los personajes hace que esa crítica pierda fuelle y se limite a constatar los tejemanejes y puñaladas traperas que todos suponemos se dan en este tipo de “ambientes profesionales”.

Se agradece, eso sí, la simplicidad de la propuesta. La película no se anda por la ramas y lo hace con un metraje muy ajustado, casi demasiado, que no deja espacio a hipotéticos respiros dramáticos que hubieran dado una base mas sólida a muchos de sus personajes, sobretodo al protagonista, un Ryan Gosling contenido y demasiado críptico. Si en Drive hacia gala de un “calladito estoy más guapo” aquí ofrece un recital de “la procesión va por dentro”, que está bien en alguna escena pero ¿en todas?.

Si el personaje, pese a su juventud,  ya tiene mucha experiencia y está bregado en este tipo de asuntos, se antoja poco creíble su pasmo ante la amoralidad de los que le rodean. A pesar de eso, Gosling se defiende bien antes bestias como Paul Giamatti o Phillip Seymour Hoffman, que adolecen del mismo problema, están demasiado desdibujados. Aunque en ese aspecto se lleva la palma Marisa Tomei, el personaje que representa a la prensa en todo este tinglado y que provoca uno de los puntos de inflexión más importantes de la película, pero apenas sale en tres escenas. Me gusta imaginar como sonaría esa última frase “en este momento, eres mi mejor amiga”, cínica  a más no poder, que le dedica Gosling si hubieran tenido más enfrentamientos dialécticos durante la película.


Clooney se deja para si el personaje del candidato y muy acertadamente se convierte casi en una sombra, bastante siniestra, en las pocas escenas en la que se deja meter baza.

En definitiva, prima ante todo la mecánica de relojería del guión ante la profundidad de los personajes. Le falta mucha culpa a Gosling, flaco favor le hacen la excesiva interiorización de su dolor y unos diálogos demasiado precisos. Mucho mejor si se toma como un mero ejercicio de estilo dentro del thriller político ya que peca de algo de ingenuidad si aspiraba a ser algo más.

Este título podría servir para hacer un repaso de películas de temática parecida y comprender porque Clooney podría haberse arriesgado más en su propuesta y evitar la sensación de Deja vu. Pongamos como ejemplos:

El candidato (Michael Ritchie, 1972), estilizada y austera desmitificación del candidato superguay (encarnado por Robert redford).

Ciudadano Bob Roberts (Tim Robbins, 1992), destroza sin pudor alguno todo lo que está delante y detrás de las campañas políticas. Consigue hacer insoportable el personaje encarnado por Tim Robbins, que también escribe e interviene en la banda sonora (creo que hacía los bocatas del catering también).

La cortina de humo (Barry Levinson, 1997), divertida sátira que se decanta más hacia la crítica paródica. Dustin Hoffman y Robert de Niro componen unas acertadas y “conscientes” caricaturas.

Primary colors (Mike Nichols,1998), ofrece un patético sucedáneo, dicho halagadoramente, de la pareja Clinton encarnada por John Travolta y Emma Thompson. Más desarrollo de personajes que en la de Clooney pero mucho más pobre de estética.

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Los descendientes de Alexander Payne

Los descendientes
“Un cadáver maquillado”

 Lo admito. Los prejuicios me invadían nada más empezar el visionado de esta película precintada con el certificado de garantía que otorga tener los antecedentes de Alexander Payne, el director de esta obra maestra (según la crítica oficial) a la cual la academia que se esconde detrás de los Oscars ha ninguneado de mala manera.

Una vez vista y digerida, he de decir que he disfrutado mucho más con sus obras anteriores. No solo porque destilaban más mala leche, sino porque eran mucho más entretenidas. Bien, aclarado este punto, procedamos a destripar a la criatura.

Inteligente y sensible son adjetivos extremadamente relativos, pueden cambiar mucho según el gusto del consumidor, y suelen aplicarse a películas como esta, las que se mueven entre el drama contenido y la comedia agridulce minimalista.

Pero no basta solo con ser inteligente y sensible, hay que entretener. La película lo hace moderadamente con un ritmo pausado y sin estridencias. Todo resulta bastante previsible y parece que es lo que quiere, ya que redunda sin avergonzarse en el mismo tema de principio a fin: la muerte dentro del núcleo familiar y la desintegración de este mismo núcleo con un trasfondo (muy leve) ecologista y antiespeculador.

Lo que hace que destaque de entre toda la avalancha de dramas que inundan las carteleras a lo largo del año es su ubicación geográfica: un Hawai desmitificado y decadente. El director se empeña en saltear la trama de ráfagas costumbritas para que el espectador se interese por los antecedentes familiares del protagonista, pero estos se quedan en pintorescos apuntes que no aportan gran cosa.

¿Estamos ante una película sosa o es una especie de lobo con piel de cordero? Francamente, no acabo de decidirme.

Uno de los detalles más perturbadores es la presencia del personaje de la mujer en coma, tanto figuradamente como literalmente. El personaje de ella, más bien lo que hacía en sus últimos meses con vida cerebral y como afecta eso al resto de su familia, se convierten en el McGuffin de la trama. El conflicto agridulce en el que inevitablemente desembocan muchas relaciones duraderas está bien planteado, no se camufla ni dulcifica. Los personajes incluso se permiten el mal gusto de discutir entre ellos, incluso con ella, en muchas de las escenas que transcurren en la habitación de hospital. Tampoco se camufla el estado deteriorado de ella, mostrándola en varias ocasiones en todo su esplendor. Esto, que en otras películas de corte más serio o retorcido sería utilizado para crear pena o asco, aquí es utilizado con una naturalidad y ausencia de morbo pasmosa. ¿Es Payne una especie de Mary Poppins y le pone una fina capa de azúcar a la amarga píldora para que nos la traguemos sin darnos ni cuenta? Puede, sigo tan perdido como el propio Clooney

A pesar de lo dicho, si es un lobo con piel de cordero, está claro que no muerde. Sí que es cierto que a veces enseña los colmillos pero tampoco asusta. Tal vez porque todo se centra demasiado en el Clooney como padre preocupado por su hija mayor descarriada sin reparar demasiado en el juego que podrían haber dado otros personajes, como su yerno (Robert Foster) o su primo más visible (Beau Bridges).

Y es que el principal problema de esta película es la escuela que ha creado su propio director.  Nadie puede negar que éxitos tan cacareados como “Little Miss Sunshine” (Jonathan Dayton), “Juno” o “Up in the Air” (estás dos última de Jasón Reitman) beben hasta el coma etílico de la obra de Payne. Y aquí se esconde la paradoja: ahora el original parece haber copiado de sus clones para reblandecer sus propuestas. De qué si no esos personajes Pepito Grillo que ejercen de consciencia del protagonista y el propio espectador.

Las comparaciones son odiosas, pero si le echan un vistazo a bofetadas anteriores de este hombre, como “Election” o “A propósito de Schmidt”, verán de lo que estoy hablando. Si en estas sus conclusiones eran siempre de tipo “coitus interruptus” (sí, ya sé que utilicé este concepto en la anterior crítica, no solo Payne tiene el derecho de repetirse) y poco satisfactorias, aquí la conclusión es clara y tranquilizadora. El protagonista, después de su aventura catártica, hace “lo que se tiene que hacer” y sigue con su vida. Mostrado esto con un plano fijo final más falso que las flores que adornan la mayoría de camisas que pululan por la película.

En una de las escenas de la primera parte de la película, bastante superior al desenlace, el personaje protagonista (y esta es una película de protagonista donde el resto del reparto, por muy bien que lo haga, no puede hacerle sombra) le recrimina a alguien que estaba maquillando a un cadáver, refiriéndose a su mujer. Y eso es lo que esta película: un cadáver maquillado. Muy bien maquillado, por cierto, pero un cadáver al fin y al cabo.

Alérgicos al ukelele abstenerse.

P.D.: George Clooney se va perfilando cada vez más como el nuevo Cary Grant. Las comparaciones son odiosas, otra vez. Pero hay que reconocer que el tipo es gracioso sin hacer aspavientos y también cuando los hace. Si hacen un remake de “Arsénico por compasión” (ojalá no lo hagan) no se me ocurriría mejor actor.

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Infierno blanco (the Grey) de Joe Carnahan

Infierno blanco (The Grey), de Joe Carnahan
“Un Jedi en la nieve”

Una imagen vale más que mil palabras. Premisa que no le hubiera ido nada mal a esta interesante y arriesgada propuesta de aventuras existencialistas. Porque imágenes tiene, rotundas y poderosas, pero le sobran palabras y, en algunas ocasiones, casi demasiadas, no están muy bien escogidas.

Es en el primer cuarto de película donde encontramos todas sus virtudes, la presentación de los personajes, el accidente de avión, las primeras apariciones de los lobos. A partir de ahí el ritmo va decayendo aunque el metraje está salpicado de alguna que otra escena bastante apreciable, como toda la peripecia del precipicio.

Nos ofrece un principio muy sugerente a modo de western, con la llegada a un bar de un lacónico Liam Neeson, como quien llega al típico saloon poblado de la calaña más baja del lugar. La forma en la que bebe sus chupitos, con esa mirada perdida, parece reflejar su propia tragedia personal en la vida real. Un encadenado de imágenes aparentemente desordenadas sirven para crear la atmósfera que se respirará durante toda la película. Atmósfera que se va perdiendo durante la parte central para luego ser recuperada en los minutos finales. Y la razón de esa pérdida son las palabras antes mencionadas, unos diálogos alargados y demasiado manidos que hacen que por momentos te apartes y seas consciente de que estás en una cálida y confortable sala de cine.

Los personajes son puros estereotipos y la verbalización explícita de sus anhelos y arrepentimientos, en vez de diferenciarlos, los hace aún más estereotipados si cabe. Por momentos parece haber solo tres personajes: Ottwald (Liam Neeson); Díaz (Frank Grillo), el único que lleva la contraria, y el resto del grupo, que se comporta como un todo sin demasiada personalidad. Una lástima, ya que da la sensación de que los actores escogidos podrían haber dado mucho más de sí. Si suponemos que son gente dura, golpeada por la vida, a la que no le ha quedado más opción que acabar haciendo un trabajo extremo en tierras inhóspitas, no hay suficiente rivalidad entre ellos y Liam Neeson se proclama con demasiada facilidad líder de los supervivientes. Eso sí, tiene carisma de sobra para hacerlo, pero se echa en falta un poco más de tensión entre los personajes.

Son evidentes sus nada sutiles paralelismos religiosos. Los personajes son sometidos a un vía crucis en el que con sus acciones podrán redimir de alguna manera sus pecados. Pero en esta aventura catártica sobra filosofía barata, no hace falta subrayar una y otra vez el sufrimiento de estas almas descarriadas condenadas a un trágico destino.

Destaca Liam Neeson, un actor todoterreno que últimamente parece embarcarse en todo lo que le proponen. Este consigue llevar con dignidad casi todo el peso de la película. Su presencia le da un valor añadido a todo el conjunto y no se puede negar que consigue salvar algún que otro monólogo un poco sonrojante. Recordemos que ya lo había hecho anteriormente en La amenaza fantasma de Star Wars, donde nos ofrecía al mejor Jedi de la saga.

Mención aparte merecen los lobos “casi mitológicos”, como le he oído decir a Neeson en una de sus entrevistas promocionales. Sus apariciones están bien medidas y dosificadas, si bien en algunos momentos se nota su digitalización. Consiguen ser más temibles cuando se sugiere su presencia, aunque algunos de sus aullidos son más propios de un felino de proporciones descomunales, exageración que no entona con el carácter contenido del resto de la propuesta. Atentos a la escena de los vahos en la lejanía, en uno de esos momentos de aullidos a coro, bonita y escalofriante. Esa sugerida presencia de la manada, dotada de una personalidad vengativa, ejerce una saludable tensión que hace que le prestes atención a cada rincón de la pantalla por si de repente le da por aparecer a una de esas bestias.

En definitiva, si en el apartado visual la película consigue esa sobriedad sin concesiones que necesita la historia, no lo logra, en cambio, en el retrato de personajes. A pesar de eso, nos encontramos ante una cinta de supervivencia atípica, que se centra mucho más en la parte introspectiva que en la de acción. Hay que agradecerle su honestidad y coherencia, ya que no se traiciona a sí misma en ningún momento, como queda claro en la escena final, casi un suicidio comercial, acostumbrados como estamos a finales con demasiada cara y ojos. Este desenlace y una promoción engañosa pueden hacer que muchos espectadores salgan con una sensación de coitus interruptus, que flaco favor le hará a su permanencia en las salas.

Como curiosidad, al ver la escena final se me antoja un “y si…” con la posibilidad de un Neeson caracterizado de Lobezno en vez del apuesto y demasiado simpático Huhg Jackman. Ahí lo dejo.
¡Ah! Y no se vayan de la sala hasta que acaben los títulos de crédito…

El Cinefoide

Wikipedia Liam Neeson
Wikipedia Joe Carnahan
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Arrugas de Ignacio Ferreras

ARRUGAS de Ignacio Ferreras
“Viejos y pastillas”

El cine de animación no es cine. Solo es una sucesión de gags con personajes más o menos simpáticos en los que los animadores se lucen con todo tipo de alardes. Dime cuantas intercalaciones has hecho y te diré con que presupuesto contabas.

El cine de animación es solo para niños. Eso sí, en la última década, sobretodo gracias al éxito y buen hacer de Pixar, las pantallas se han inundado de propuestas “comerciales” (es decir, que llegan a las salas) que consiguen captar al espectador adulto.

El cine de animación no es un género por sí solo. Es solo otro medio de contar historias. Y de historias hay de todo tipo y destinadas a todo tipo de público

El cine de animación en España ¿animación en España? ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? Pues sí, alguien hay. Los que se afanan en imitar formulas importadas que necesitan del presupuesto, de la gente y del tiempo del que al parecer no disponemos aquí, y los que intentan hacer su película, original o no, sin colorantes y conservantes añadidos.

¿Una película de animación española basada en un cómic de Paco Roca? mis foides oídos se llenan de gozo. Confieso no haberme leído el cómic aún y después de haber visto su adaptación cinematográfica ardo en deseos de hacerlo.

“Arrugas” es una película sensible y sensata, conocedora de sus límites y sus capacidades, que combina hábilmente momentos desoladores, cómicos y ñoños (dicho con cariño). Viene envuelta con un principio y un final muy logrados y lo que hay en medio no se queda a la zaga. A pesar de que no hay escapatoria de la residencia donde están atrapados los protagonistas la trama se permite algunos descansos en forma de flashbacks y escapes simbólicos (un poco de la ñoñería antes mencionada, pero muy bien calzada). Sugiere de forma eficiente la decadencia de la vejez sin mostrarla en todo su esplendor. No hay truculencia, ni en el guión ni en la estética, tan limpia y sencilla (aparentemente) como en el cómic en el que se basa. Con su retrato de personajes pequeño y sin pretensiones consigue esbozar un plano de grandes dimensiones sobre el complejo problema de “¿Qué hacemos con los que ya no sirven en nuestra sociedad?”.

A diferencia de sus protagonistas, goza de buen ritmo y sin excesivas filigranas hace un buen uso de los encuadres, los planos fijos y algunos movimientos de cámara (si, también los hay en el cine de animación). De entre las filigranas, destacar el movimiento de cámara que hay en la escena de la carretera, casi al final de la película.

Tal vez no estemos muy acostumbrados a este tipo de propuestas más adultas en la animación autóctona. Sin ir más lejos, “Chico y Rita” intentaba deslumbrar más con sus técnica que con su argumento y personajes, excesivamente simplificados. Sería más fácil encontrar ejemplos en propuestas foráneas. Y en los últimos años las ha habido y muy interesantes, como “Mary & Max” (no estrenada en España, tristemente), el “El ilusionista” o alguna de las joyitas del estudio Ghibli. De estos últimos, destacaría “Mis vecinos los Yamada”, en la que se podrían encontrar bastantes paralelismos con “Arrugas”, no en la temática  sino en la elección de un ritmo pausado para contar su historia y la utilización de un simbolismo y humor naif como válvula de escape a las situaciones “como la vida misma” que plantean.

Buen cine y buena animación en la que no hay personajes moviéndose de forma imposible, solo el retrato de un anciano recogiendo sus pastillas del suelo. Una a una.

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DRIVE “El jinete pálido del siglo XXI”

El homenaje consciente, a modo de tributo agradecido, a obras de hace tiempo que normalmente no gozan del reconocimiento merecido no es garantía de calidad, aunque últimamente parece que rendir tributo a algo ya otorga un valor añadido, qué se le va a hacer.

Es curioso que una década como la de los 80, tan criticada y denostada en su criterio estético, esté “sufriendo” continuas revisiones, algunas meros actos onanistas que pretenden hacer todo el trabajo salpicando nostalgia barata en la cara del espectador.

Pero en Drive, el que la película sea, ya no consciente, sino hiperconsciente de lo que es, un homenaje que debe (y mucho) a películas anteriores, juega totalmente a su favor. A eso, hay que sumarle el estilo inherente del director Nicolas Winding Refn, que ya tiene una interesante (irregular pero valiente) carrera con algunos títulos dignos de mención (Pusher, Fear X y Valhalla Rising, entre otros). Refn se permite cierto margen de flexibilidad creativa que hace que la película tenga personalidad propia y no se quede en el simple guiño al espectador. Qué hubiera pasado si otros divertimentos, como por ejemplo Machete (muy diferente en el tono pero homenaje nostálgico al fin y al cabo), no se hubieran regodeado en su magnífico envoltorio y hubieran ofrecido un poco más de picardía.

La película funciona de cabo a rabo y no hay que esforzarse demasiado para aceptar el juego estilizado y minimalista que propone. “Menos es más”, decían, y esta película lo lleva a cabo al pie de la letra, dejando unos estupendos huecos para que el espectador goce rellenándolos una vez haya finalizado su visionado.

Un hierático (y hortera, por qué no decirlo) Ryan Gosling da vida al protagonista sin nombre (Driver), que solo con un palillo y un vaso de agua consigue darle carácter a su personaje, hace suya y explota sin descaro la máxima “calladito estoy más guapo”. Gosling tiene la suerte o habilidad de combinar películas bastante dignas (The Believer, Half Nelson) con comedias indies un poco chorri-pollas (Lars y una chica de verdad), mientras coquetea con llegar a formar parte del Olimpo de actores “sexys con personalidad”. Un aplauso se merece Albert Brooks como el mafioso paternalista, digno contrincante de Driver. Este hombre que parecía condenado a comedias neutras (Hasta que la muerte nos separe, La musa) ha revalorizado su carrera con unas breves pero tajantes intervenciones, una de las razones para verla en versión original.

No se puede decir nada malo del resto de actores que cumplen a la perfección su cometido y, ¡atención!, el tándem chica-niño no obstaculiza la trama para nada, es más, consigue darle vidilla a la cosa y cimenta de forma sólida las motivaciones del personaje principal. La conversación telefónica de despedida, anodina y tópica en su texto literal, consigue emocionar y enfatiza el tono existencialista que rezuma toda la película. No siempre conviene utilizar parrafadas irreales que sinteticen perfectamente lo que están sintiendo los personajes en ese preciso momento. Un simple “has sido lo mejor que me ha pasado” bien colocado y va que chuta. ¿Para qué más?

El acabado técnico es más que digno con una banda sonora (el guiño más descarado al espectador) que seguro ya ha propiciado masivas descargas. Las pocas persecuciones, parece mentira titulándose Drive, son impecables, de sobria espectacularidad. A resaltar el ritmo y la tensión de la que abre la película, magnífica forma de presentar al protagonista y su modus operandi.

Bullit

Vivir y morir en Los Angeles

Me vienen a la cabeza películas, incluso anteriores a la década de los 80, como Bullit (Peter Yates) o The French Connection (William Friedkin). Hablando de este último, en críticas oficiales ha salido su nombre, cosa muy acertada ya que me parece uno de los referentes para hablar de esta película. Friedkin dirigió durante los 70 y 80 varios thrillers bastante notables, todos caracterizados por un estilo austero y frío. Se podrían destacar A la caza (con Pacino) o Vivir y morir en Los Angeles (con Dafoe y el Grisham de CSI). Durante los 90 se torció un poco el hombre, una lástima.

En definitiva, uno de los hallazgos de este año. El Jinete pálido de este siglo. Pero a diferencia de la película de Clint Eastwood, a Driver no le mueve la venganza sino el amor. ¡Sí, señores! El amor, y no se avergüenza de ello, de la misma manera que no lo hace de su chaqueta (que podría protagonizar una película por sí sola).

Chaquetas horteras y violencia por amor. Algo de agradecer en los tiempos que vivimos. No hay nada más que decir.

El Cinefoide

Wikipedia – Nicolas Winding Refn

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LA CHISPA DE LA VIDA de Álex de la Iglesia
“El teatro de la vida produce monstruos”

La realidad supera a la ficción y lo hace con creces. Se podría decir que esta película llega tarde, descubierto ya el pastel de que estamos gobernados y utilizados por desalmados y de que nosotros mismos podemos convertirnos en uno de ellos si se dan las circunstancias adecuadas.

Se podría decir que lo nuevo de Álex de la Iglesia es realmente una rara avis en su filmografía. Claro que contiene gran parte de su estilo de siempre, todo lo que se puede llamar  “la marca de la casa” está presente. Entonces, ¿por qué esta película es diferente a todo lo que había hecho hasta ahora? Pues porque es un drama en toda regla, con toques de comedia negra, sí, pero ante todo un drama y en algunos momentos incluso dramón. Acostumbrados como estábamos a la comedia negra, grotesca y violenta con toques de drama, ahora le ha dado la vuelta a la tortilla. ¿Una propuesta de cine español que llega a las pantallas y se arriesga? Puede sonar a ciencia ficción, pero en este caso es una tragedia que supura rabiosa crítica social por todos sus poros.

Se podría decir que esa crítica social es poco sutil, que no aporta nada nuevo y cae en lo obvio. Y qué manía con aportar algo nuevo, con epatar al espectador y descubrirle cosas que hasta ese momento ni se había planteado. ¿Tan tontos nos creemos? ¿Tienen los cineastas (y, por extensión, los artistas en general) que descubrirnos el mundo en el que vivimos? Seamos sinceros: por muy buena que sea la sátira social que haya creado uno en su cabeza, un simple telediario puede dejarla a la altura del betún. Así que dejemos de ser tan inocentes por un lado y exigentes por el otro y gocemos de una hora y media sin esperar nada más que eso: pasar el rato, y si viene algo más, pues bienvenido sea.

Se podría decir, jugando con su título, que tiene más vida que chispa. Se podrían decir muchas cosas de esta película y poder decir muchas cosas de una película ya es bueno, para empezar.

Álex de la Iglesia parece tomar una decisión desde el principio, la de dividir claramente a los personajes entre buenos y malos. Todos se presentan tal cual van a ser durante el resto de la película. No hay evolución ni ambigüedad en ellos, son planos pero sirven a un propósito: ser utilizados sin piedad por el director para decir lo que quiere decir.

De ahí que haya personajes que no acaben de cuajar entre ellos, aunque su retrato individual resulte interesante. Fernando Tejero y Juanjo Puigcorbé se enfundan los disfraces más grotescos y son llevados tan al límite que a veces desentonan con el resto de personajes, sobre todo con la pareja protagonista, que se ancla en un tono pseudorrealista que a veces funciona (escenas finales) y otras no (escena de presentación de la pareja).

Al pasarse a un cine más realista y de sentimientos, De la Iglesia a ratos parece no encontrar el tono de la película y se repite un poco, sobre todo en la parte central. Aunque esos baches se superan rápidamente gracias a la avalancha de detalles que despliega, como sus habituales hallazgos visuales o algunos diálogos inspirados. De la Iglesia tiene nervio, y lo demuestra en muchas escenas, como el vía crucis que sufre el protagonista cuando va en busca de trabajo (personalmente me recuerda al fantástico absurdo de la oficina de alto standing de Playtime, de Jacques Tatí, dicho esto como un piropo a De la Iglesia) o el mismo desenlace. Estos dos segmentos mencionados se convierten con diferencia en lo mejor de la película.

Durante el metraje no hay muchas sorpresas y solo un punto de inflexión. En esta ocasión parece que el director aprecia a sus personajes y lo demuestra, lo que nos hace salir del cine con una sensación de calidez inusual en el cine de De la Iglesia. Acostumbrado a condenar a sus personajes a finales crudos y sin esperanza (todo un acierto en películas como Muertos de risa o Balada triste de trompeta), en esta ocasión los personajes, aunque con un destino trágico, son dotados de la dignidad que les era negada en un principio, dejando abiertas a la interpretación del espectador algunas de las reacciones finales de algunos de ellos. Aquí, más que nunca en su cine, los personajes son más humanos y no esperpentos (en el buen sentido de la palabra) soportadores de una estética determinada.

Aunque peca de poca chispa (nos tenía mal acostumbrados), es de agradecer que un director pruebe cosas nuevas aunque a veces roce la línea del “¿a que ha venido eso?”, y es que ¿qué director en su sano juicio se atrevería a meterse en el fregado que supone una escena como la entrevista final con toda la familia sin caer en la caricatura barata o el sentimentalismo nauseabundo de otras propuestas “más serias”? A estas alturas aún no sé si me emociona o me da vergüenza ajena. Puede que las dos cosas, como la vida misma.

José Mota sale bastante bien parado del examen que supone estrenarse en cine cuando eres una cara popular de la televisión. El mártir que compone Mota es un buen pistoletazo de salida. Es normal que cueste creerse a su personaje en las primeras escenas, pero el recital que da en su patética búsqueda de trabajo borra de un plumazo todos los prejuicios que se pudieran tener. Si anteriormente Álex de la Iglesia ya había domado los tics de otros personajes televisivos como el Gran Wyoming o Santiago Segura, aquí lo vuelve a conseguir. Más difícil que los anteriores lo tiene Mota, ya que en casi toda la película su única arma es su cara. Álex de la Iglesia lo trata mal y le da pocos momentos para regalarse, convirtiendo sus breves y escasos monólogos en auténticos alegatos furiosos contra las injusticias cotidianas del estado de bienestar. ¿Son simples en exceso estos textos? Puede, pero así (o parecido) es como hablamos en la realidad y es muy probable (en el caso de que estés metido en el juego que propone la película) que se te ponga la carne de gallina.

Lo mismo se puede decir de Salma Hayek, que aguanta bastante bien el tipo. Le cuesta más entrar en calor pero pronto se convierte en un personaje fuerte y con entidad en la trama y no se queda en una mera comparsa sufriente. Una de las lacras más vergonzantes en demasiadas películas del cine actual es el poco esmero que se pone a la hora de construir los personajes femeninos. Normalmente se adhieren a clichés políticamente correctos, simples muñecos que podrían intercambiarse entre películas y la única diferencia sería el traje o el peinado que llevan. Hayek es una maestra en paro reciclada en una sufridora ama de casa muy consciente del papel que le ha tocado jugar en su matrimonio. Es hacia el final cuando nos ofrece sus mejores momentos. A destacar cómo eleva el acto de planchar las camisas de su marido en todo un acto de orgullo y resistencia (hoy en día esto puede no considerarse muy políticamente correcto).

En definitiva, la pareja Mota-Hayek resulta entrañable aunque su química sea forzada en algunos momentos. A pesar de eso, de vez en cuando se vislumbra en algunas de sus miradas y gestos el horror de estar atrapados en un teatro sin límites que arrasa con todo lo que se pone en su camino, y es en el mismo centro de ese teatro en ruinas (literalmente) donde están atrapados.

Mejor en sus intenciones que en sus resultados, es una propuesta notable que tiene su peor crítico en la propia realidad. Ahora más que nunca una piedra vale más que una persona. Por eso es necesario, una y otra vez, resaltar las obviedades para que sepan que no nos engañan y que aún somos capaces de disfrutar durante una hora y media. Y eso no es moco de pavo.

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